Tipos de información electrónica.
Defino información electrónica como aquella que se encuentra almacenada electrónicamente y a la cual se accede también electrónicamente. Esta definición incluye “formatos tangibles” como el CD-ROM y sus posibles sucesores, DVDs ( Digital Video Discs --en ocasiones denominados Digital Versatile Discs ) así como “no tangibles” formatos como las bases de datos electrónicas y los textos accesibles en línea. Por contra no incluye la información almacenada electrónicamente a partir de la cual se generan productos impresos; así, las impresiones que se realizan a partir de bases de datos bibliográficas o de texto completo y que se entregan a los usuarios están excluidas, en lo que les concierne a los usuarios hay poca diferencia con la recepción de documentos impresos de cualquier otra fuente. De hecho, si se tuvieran que incluir las impresiones de materiales almacenados electrónicamente se tendrían que incluir la mayoría de los libros y revistas actuales.
Espero que el debate “acceso versus adquisición” –
es decir, si las bibliotecas han de mantener las adquisiciones (o la
conservación) de material impreso o han de descansar únicamente en el acceso
remoto -- se sosiegue a medida que el sentido común prevalezca y nos ayude a
descubrir que en tanto que las dos posibilidades existen, ambas son necesarias,
y que es principalmente en los espacios marginales de la adquisición --esto es,
material no básico-- en los que el debate se puede considerar como real [1]. En cualquier caso, esta disyuntiva ha sido
fundamentalmente planteada en términos académicos, en libros y en revistas; muy
pocas bibliotecas han sacrificado de forma deliberada las adquisiciones frente
al acceso. Aquel bibliotecario que haya cancelado todas su subscripciones
corrientes dependerá de los fondos y de la buena voluntad de otras bibliotecas [2]. Nadie sabe cuánto costará el acceso
electrónico si acaba siendo la norma para las revistas científicas, ni tampoco
las restricciones que se establecerán para su uso, y por tanto un bibliotecario
estaría loco si cancelase muchas revistas basándose en apreciaciones sobre las
nuevas tendencias económicas (como opuesto a la cancelación por razones
exclusivas de falta de presupuesto). El debate puede sin embargo revitalizarse
en la forma de “colecciones electrónicas versus acceso electrónico”
-- es decir, si es mejor adquirir bases de datos bibliográficas o de textos
completos en CD-ROM, frente al acceso en línea a los mismos (o, para el acceso
al texto completo, por el convencional sistema de la fotocopia y del préstamo
interbibliotecario)--; frecuentemente esta es la disyuntiva.
Por supuesto, la información electrónica incluye un buen
número de materiales que no están disponibles de ninguna otra forma: algunos
están en los bulletin boards, algunos ofrecidos por organizaciones
reconocidas, otros simplemente puestos allí por particulares. Algunos son
gratuitos, otros son de pago.
Muchas personas tienen en la actualidad sus propias home
pages . Desde el momento en que personas a título individual pueden colgar
lo que quieran en Internet, y puesto que también algunas organizaciones parecen
utilizarlo como lugar para poner de todo, el World Wide Web se ha convertido en
un gigantesco ciberbasurero. Conversaciones entre grupos y personas se
establecen a través de Internet; una persona puede sentarse en casa y
comunicarse con gentes de todo el mundo sin reunirse con nadie en absoluto
--puede convertirse en un ermitaño global.
Una de las principales características que distingue
Internet del material impreso (así como de los formatos electrónicos tangibles)
es que se trata de un sistema interactivo. Otra es que la información
electrónica (tanto tangible como intangible) puede incluir diversas formas de
comunicación --texto, imágenes y sonido. Existe la expectativa de escuchar
prácticamente cualquier pieza de música conectándose a Internet; y el arte en
Internet puede llegar a ser una nueva rama de las artes visuales.
Hace pocos años tuvimos que elegir entre usar o no usar
información electrónica --en tanto que tuvimos que escoger al comprar música
entre discos de vinilo, casetes o discos compactos. En el caso de las grabaciones
sonoras, en la actualidad sólo se puede escoger entre casetes y CD; aquellos
que se aferraron al vinilo hasta el último momento tuvieron que adquirir
reproductores de CD si querían no limitarse a las grabaciones disponibles en
casete. El material textual aún no ha alcanzado ese nivel de evolución, y es
casi seguro que nunca lo alcanzará en el sentido de substitución total de los
impresos por las versiones electrónicas. Pero cada vez está siendo más difícil
estar al corriente de la información y los avances del conocimiento utilizando
únicamente textos impresos, ya que una gran cantidad de las fuentes apropiadas
están disponibles únicamente en versión electrónica. En algunos casos se trata
de nuevos materiales, que anteriormente no habían existido; mientras que en
otros se trata de antiguas versiones impresas que ya no lo son (en el campo de
la Biblioteconomía, este hecho se produce en bastantes revistas publicadas por
MCB Press). Dentro de las limitaciones que presenta predecir totalmente el
futuro, yo espero que en, digamos, diez años
la mayoría de los libros se publicarán como hasta ahora, con
la excepción de algunas obras académicas con un mercado reducido; éstos
probablemente se publicarán bajo demanda ;
la mayoría de revistas para el público en general se
publicarán como en la actualidad;
la mayoría de las revistas científicas fundamentales
continuarán con la versión en papel, pero también serán accesibles en línea y
posiblemente en formato electrónico tangible (especialmente para la colección
retrospectiva);
la mayoría de las revistas científicas marginales serán
accesibles únicamente en línea.
Como diré posteriormente, algunas de estas profecías se
verán afectadas por cambios más radicales en la forma de presentación.
Superabundancia y control de calidad.
La superabundancia de información nos ha acompañado desde
hace bastante tiempo. Las quejas sobre el número de libros y revistas
publicadas datan del siglo pasado, y se han visto incrementadas notablemente
desde la Segunda Guerra Mundial. Han existido demandas para un mejor control de
calidad de las publicaciones. Sin duda alguna, muchas de ellas son
justificadas. Sin embargo, hasta el día de hoy siempre ha existido el control
ejercido por el mercado. Éste mide la “publicabilidad” no en términos de
calidad sino en términos del dinero que podrá generar, y que puede ser
realmente contrario a la calidad. No obstante, siempre ha existido gente
interesada en, por ejemplo, música clásica para constituir un mercado para las grabaciones
de compositores, ya fueran oscuros como de reconocido prestigio; y siempre han
existido bibliotecas dispuestas y capaces (incluso obligadas) a adquirir
bibliografía de investigación de gran calidad, aunque de baja demanda
comercial.
Una de las características interesantes del WWW es que el
control ejercido por el mercado no le afecta necesariamente. No hay mayor
control sobre lo que la gente puede decir en Internet que sobre lo que podría
decir personalmente. De hecho, hay quien pone cosas en Internet que normalmente
nunca habría soñado decir en persona. Algunos de los contenidos del WWW son
similares al tipo de conversación que podríamos esperar escuchar por casualidad
en un bar, incluso encontraríamos cosas cercanas a las que se oirían de madrugada
en dicho bar cuando una buena parte de los ocupantes están borrachos. Esto no
es “información” tal y como habitualmente lo entendemos, si bien puede llegar a
serlo con el tiempo; la basura actual se convertirá en la materia prima de la
historia del futuro --qué no hubiéramos dado por una conversación entre un
pequeño grupo de hombres y mujeres prehistóricos, o por una discusión en una
fonda de la Barcelona del siglo XVI? De hecho estoy bastante sorprendido de que
los sociólogos no hayan hecho un mayor uso del material disponible en Internet
para analizar las tendencias modernas o las preocupaciones de sectores de la
población; esto no sería diferente del movimiento surgido en el Reino Unido
antes de la Segunda Guerra Mundial denominado Mass Observation , que
se dedicaba a grabar conversaciones en los pubs.
Incluso si se evitan los numerosos grupos de discusión de
carácter estrafalario en el Web, queda todavía un vasto y creciente volumen de
material que puede ser interesante o importante para un usuario serio.
Como ya
se ha hecho notar, puede proceder de una autoridad reconocida, o puede ser que
no sea así; en cualquier caso no será posible saberlo en un buen número de
casos. No hay garantías sobre su exactitud, si bien a lo largo de consultas
sucesivas se podrán observar correcciones. Tal como los conocemos, los
periódicos contienen una gran cantidad de contenidos triviales y numerosas
tergiversaciones; estoy seguro que todos ustedes habrán encontrado con
frecuencia asuntos seriamente modificados en relación a alguna historia que
ustedes conocen de primera mano. Pero en casi todos los países existe algún
tipo de control legal sobre lo que la prensa puede decir (en algunos países lo
hay en exceso). A pesar de los tímidos intentos para establecer alguna forma de
control sobre Internet, es difícil de imaginar la viabilidad de un control real
sobre todo lo que aparece, incluyendo el material colocado en la Red de buena
fe.
Esta situación no afecta únicamente a la información
“popular”, aquella que entraría en la misma categoría en la que figuran los
materiales que la gente va a buscar a una biblioteca pública (utilizo
información “popular” en contraste con información “científica”, no en ningún
sentido despectivo). Afecta también al material supuestamente erudito. Una de
las quejas recurrentes sobre el sistema convencional de publicación en revistas
científicas es su lentitud, y que ocasiona, en algunas ciencias en particular,
que la información se vuelve obsoleta en el momento que aparece la publicación.
Parte del retraso es debido a los procesos de producción, pero en gran medida
se debe a los procesos destinados al control de calidad, en particular el
sistema de evaluación [**]. Los autores tienen en la actualidad la
posibilidad de elegir entre colgar sus artículos directamente en Internet sin
revisión o esperar la revisión para así publicarlos en una revista científica
convencional. Una alternativa es revisar los artículos y ponerlos en Internet
como parte de una revista virtual, aunque en ese caso existirá aún algún
retraso.
Otra es poner primero los artículos en Internet y publicarlo
formalmente a posteriori, de forma que la versión impresa se convierte en gran
parte en un medio para dejar constancia para la posteridad; la versión en línea
puede ayudar en el proceso de evaluación estimulando comentarios y críticas.
No es mi trabajo aquí observar la información electrónica
desde el punto de vista del autor; pero los problemas de los usuarios están
íntimamente relacionados con las contribuciones de los autores. Para ello es
importante conocer el prestigio de cada pieza de información supuestamente
erudita en Internet.
Experiencias y actitudes de los usuarios frente a las
revistas electrónicas.
Han sido realizados algunos estudios sobre la actitud de los
usuarios hacia la información en línea, una buena parte de ellos dedicados a
las revistas electrónicas y en campos específicos del saber, o ligadas a
proyectos concretos de investigación. Mencionaré tan sólo algunos de ellos:
“Preliminary user studies in the CORE (Chemical Online Retrieval Experiment)
project suggest inter alia that users search more effectively with
computer than with paper indexes, read and absorb contents as effectively with
computers displays as on paper, prefer paper for close reading of articles,
wish to organize their own display screen, [and often like to browse, not
search the collection.” [3]
En un grupo analizado de ingenieros (los cuales tienden a
buscar mucha menos información que los científicos puros), se realizaron
algunos comentarios interesantes, por ejemplo:
“The biggest problem is knowing what to look for. You can
have all these search engines, but it takes hours to browse, and then you find
that the information you get isn’t what you’re looking for.”
“...there’s no intelligence built in... In the library, you could ask a librarian for a particular book, with a description or a picture, and the librarian could find the book. You can’t do that with the Web.”
“I get sidetracked a lot. I see something that looks interesting and look at that.”
“It’s like looking for a needle in a haystack.” (informe no publicado).
“...there’s no intelligence built in... In the library, you could ask a librarian for a particular book, with a description or a picture, and the librarian could find the book. You can’t do that with the Web.”
“I get sidetracked a lot. I see something that looks interesting and look at that.”
“It’s like looking for a needle in a haystack.” (informe no publicado).
En otro estudio [4], los investigadores entrevistados expresaron
su deseo de disponer copias en papel para el estudio; el pago por uso lo
consideraron impopular, no tanto (o no sólo) a causa de pago requerido, sino en
razón de lo engorroso y molesto del sistema; y consideraron que la instalación
del programa lector Adobe Acrobat les exigió mucho tiempo y esfuerzo, al tiempo
que ocupaba una gran cantidad de memoria.
El proyecto TULIP de Elsevier [5] también generó algunos datos
interesantes, concluyendo que los usuarios parecían requerir facilidad de uso,
acceso a toda la información por una única fuente, capacidades efectivas de
búsqueda, rapidez en la publicación, posibilidad de descarga y de impresión,
buena imagen en la calidad del texto, cobertura adecuada de la revista y de su
periodicidad, y enlaces de información.
Un proyecto financiado por la British Library denominado
Cafe Jus [6], que estudió al personal y a los estudiantes
de la Loughborough University, refutó numerosos mitos, entre ellos la creencia
de que todos los usuarios tienen su propio PC conectado en red, que el acceso
en línea es rápido y cómodo, y que los profesores leen en la mesa de su
despacho.
Otros numerosos estudios podrían ser citados; uno
especialmente interesante es un informe referido a los servicios CASIAS, sobre
los cuales existe también una excelente bibliografía [7]. En tanto que se podrían extraer algunas
conclusiones generales y comunes de los diversos estudios, la mayoría dedicados
a estudiar profesores, investigadores o profesionales, podríamos decir que
hay diferencias entre las diferentes áreas temáticas en la
forma como cada grupo ha adaptado o apreciado el acceso en línea a los
documentos,
se pueden observar diferencias entre los universitarios y
los otros profesionales,
hay diferencias muy substanciales entre diferentes
individuos,
hay un gran acuerdo en torno al grado de frustración y de
tiempo malgastado a causa de inadecuación del software de búsqueda, de la
ineficacia de la interfaz de usuario, y del volumen de material inútil,
se producen irritaciones varias causadas, por ejemplo, por
los mecanismos de pago dispuestos,
el papel es todavía soporte preferido por algunos usuarios y
para algunos propósitos.
Los estudios llevados a cabo como parte de experimentos,
aunque puedan ser indicativos, no nos ofrecen una imagen completa o
representativa. Una visión más amplia se encuentra expresada en un artículo en Business
Week [8], en el cual tres periodistas americanos
ofrecían “three pithy responses with the intention of summarising the opinion
of millions of network users around the world ... Firstly, ...’it’s too slow’
... . Secondly, ‘it’s not built right’: security is poor, support for multimedia
is weak, and charging for use is problematic. And thirdly, ‘good stuff is hard
to find’”. Pocos estarían en desacuerdo con estas opiniones.
Las personas que se enfrentan con el WWW pueden ser
clasificadas entre dos extremos como admiradores o como cibérfobos (o
tendríamos que decir aracnidofobos?), con varios matices intermedios, incluidos
el inexperto y el incompetente. Deberían en consecuencia diseñarse los sistemas
a la medida de los usuarios más débiles, y puede esto hacerse sin volver locos
a los usuarios sofisticados? En la categoría de admiradores se encuentran
algunos estudiantes que nunca usan otras fuentes de información que no sea
Internet si las pueden evitar. Esto es parcialmente debido a que les gusta usar
el sistema, y en parte porque sus bibliotecas frecuentemente no disponen en
existencia o en las estanterías de los documentos que ellos desean. El WWW
puede que tampoco contenga aquello que ellos quieren, pero como uno de ellos me
dijo en una ocasión “generalmente encontramos algo relevante”, sin necesidad de
usar la biblioteca. Es verosímil que cada vez más estudiantes se comporten de
esta forma; ahora bien, podrán hacerlo si disponen del equipamiento en
cualquier momento del día sin necesidad de ir a la biblioteca. Independencia
del tiempo o del espacio --aunque no de la maquinaria-- es de hecho otra de las
grandes características de Internet.
Parece igualmente verosímil que algunos usuarios continuarán
con su preferencia por el material impreso. Hay buenas razones para dicha
opción, incluso en el sentido de no considerar la impresión desde el ordenador
como un substituto adecuado. Una primera razón fundamental es que hojear libros
y revistas es diferente de hojear en línea. Esta última opción tiene sus
ventajas, en particular, se puede explorar un amplio abanico de posibilidades,
de materias, de lugares, de gentes o cualquier cosa sobre un lugar --algo que
requeriría un gran número de libros de consulta si quisiéramos utilizar medios
impresos. La posibilidad de encontrar cosas por accidente [***], como opuesto a búsqueda sistemática de
información sobre una materia particular, es también bastante buena en el medio
electrónico. Hojear en bases de datos impresas es mucho menos satisfactorio.
Sin embargo, cuando se va al texto en sí, la visualización en pantalla es más
pobre que la visualización en la página impresa, y en consecuencia hojear se
hace más difícil. Cuando tomo un número reciente de una revista impresa, puedo
encontrar muy rápidamente si hay algo que me pueda interesar; puedo examinar (o
“examinar superficialmente”[****]como McKnight [9] lo denomina) artículos apropiados para
ver si hay alguna que valga la pena explorar más a fondo; y, en muchos casos,
localizo información que nunca hubiera buscado pero que he reconocido como
interesante cuando la he visto. La búsqueda específica es adecuada dentro de
los intereses personales consolidados, pero con frecuencia necesitamos
información que está en la franja de los intereses especiales o que está fuera
de ellos, pero que arroja nueva luz sobre ellos o simplemente introduce un
nuevo interés. Sospecho que esta situación es más común de lo que se cree, pero
en cualquier caso su potencial importancia está fuera de toda proporción en
relación a su frecuencia de ocurrencia; por ello es el camino por el que nuevas
ideas se llegan a alumbrar y por el que nuevo conocimiento se genera.
La cuestión clave es exposición. El material impreso ofrece
una forma de exposición que no se alcanza en línea. La diferencia es muy
similar a la que existe entre mirar escaparates y la consulta de un catálogo de
venta por correo, en el que ojeamos indirectamente hojeando el catálogo. Ambos
sistemas de venta tienen su utilidad, y no desearía prescindir de ninguno de
ellos.
Para poder buscar información hojeando y para encontrar
información relevante por azar se requiere que exista un amplio surtido de
materiales disponibles para ser expuestos, y las bibliotecas han asegurado
dicha exposición. La disponibilidad sobre el terreno, en forma medios
electrónicos tangibles, tiene ventajas sobre el acceso en línea, pero no en
cuanto a exposición (como tampoco existe en el caso de materiales impresos en
almacenamiento de acceso cerrado). Podría parecer tentador para las bibliotecas
construir, hasta el límite que los derechos de autor lo permitan, colecciones
electrónicas locales, pero al margen de las lecturas recomendadas para los
estudiantes es realmente difícil saber qué se ha de coleccionar. Se podría
pensar que los artículos de revista utilizados una vez podrían ser almacenados
para futuros accesos, sobre la base de una posible búsqueda del artículo en la
misma institución, pero este no es el caso. Los almacenes electrónicos, ya sean
locales o remotos, son mucho más útiles para piezas que los usuarios conocen y
desean que para hojear. Sin embargo, lo que muchos usuarios desearían es
disponer de su propio almacén electrónico, descargado en CD o DVD grabables;
pero esto, como muchas otras cosas, plantea problemas de copyright.
Existe otro problema con el acceso en línea a las revistas
que un usuario desea controlar. Es fácil descubrir en que momento aparece un
nuevo número de una revista en papel; conocer cuándo está disponible un nuevo
número de una revista electrónica exige una vigilancia constante.
Problemas de uso actuales.
Algunos de los problemas observados por los usuarios han
sido ya mencionados, pero hay que considerar algunos más. Uno de los mayores
problemas del acceso a la información en línea en Europa es establecer conexión
con servidores muy visitados y descargar ficheros después de que se despierten
los Estados Unidos. En el Reino Unido es preferible conectarse antes de las
doce de la mañana; los usuarios más al Este disponen de una o dos horas antes
de que el tráfico se congestione.
Un problema aún mayor es encontrar aquello que se busca. Un
sito web muy visitado, como por ejemplo una revista electrónica, pronto se
vuelve familiar, pero buscar webs que anteriormente no se habían visitado puede
ser muy dificultoso. Existen numerosos instrumentos de navegación, de variada
calidad y efectividad, en constante mejora. Sin embargo, incluso las más
perfeccionadas ayudas a la navegación se enfrentan a volúmenes crecientes de
información. No es sorprendente pues que incluso usuarios competentes y
expertos se frustren o impacienten. Al igual que los inexpertos o menos
competentes, pueden encontrase perdidos durante horas. Existen también aquellos
que se encuentran demasiado intimidados para usar el sistema. Se podría pensar
que no son muchos, pero yo personalmente creo que hay muchos; no son noticia
porque tienden a ocultar su ciberfobia. Todos nosotros conocemos usuarios de
biblioteca que nunca usan los catálogos a menos que sea absolutamente
necesario, y por tanto no los utilizan eficientemente. También conocemos a
gente a la que intimidan las bibliotecas, y les aterrorizan las de mayores
dimensiones. Las dificultades del uso de Internet son ampliamente mayores que
las que plantea cualquier biblioteca o catálogo por complejo que sea.
En las continuas discusiones sobre si las bibliotecas públicas
tienen un futuro y cual podría éste ser, la asistencia a los usuarios que han
de acceder a la información en línea ha sido propuesta como una función útil y
importante [10]. Y aunque de los escolares y los
universitarios, que han crecido entre ordenadores, se espera que utilicen
Internet con la misma familiaridad que el teléfono, nos encontramos que
necesitan ayuda frecuentemente, y en este sentido no espero cambios significativos
en el futuro. Confieso que en ocasiones yo mismo agradezco algún tipo de
asistencia experta para no tener que usar mi propio tiempo de forma menos
experta. También observo que cuando no he utilizado Internet (excepto para
e-mail) durante tres o cuatro semanas, necesito algún tiempo para recordar como
funciona todo; esto puede ser un problema real para aquellos que lo usan mucho
menos que yo.
Las bases de datos en línea existen desde hacer bastante
tiempo. Cada una tiene su propio sistema de búsqueda, que se ha de aprender si
se desea usar el sistema efectiva y económicamente. Como consecuencia los
usuarios tienden a aferrarse a una base de datos, a pesar de que los estudios
han demostrado que para una completa cobertura de un tema cualquiera es frecuente
que se necesiten tres o cuatro bases de datos; investigaciones desarrolladas
por mí en las ciencias sociales hace algunos años indicaron que para algunos
temas el uso de una base de datos principal podría suministrar una cobertura de
tan sólo el 60% del material relevante [11]. Existen en la actualidad sistemas que
permiten acceder a diversas bases de datos como si se tratase de una sola; el
usuario introduce los términos de búsqueda que son traducidos al estilo
apropiado de cada base de datos, y los resultados son presentados de forma
conjunta. Tales sistemas están empezando a ser disponibles de una forma más
generalizada; por ejemplo, Swets lanzó en mayo de 1997 SwetsNet, que ofrece
“customers access to a wide range of electronic journals from many publishers,
using a single interface and search engine”,[12] de este modo aparentemente no encontramos
en el camino hacia los requerimientos de los usuarios. Idealmente debería
existir un sistema similar que permitiese búsquedas simultáneas en diversos
CD-ROMs, pero esto presumiblemente debe ser imposible a menos que todos los
contenidos fueran previamente descargados en el ordenador (lo que requeriría
una memoria gigantesca si muchos discos se ven implicados).
Aunque el acceso combinado a bases de datos de diversos
productores no está del todo generalizado, han existido grandes avances en
software amigable en los sistemas de algunas compañías que ofrecen acceso a
material no generado por ellas mismas. Estoy pensando en sistemas como
Engineering Information Inc.’s Ei Village, que pretende suministrar toda la
información que los ingenieros puedan necesitar de una forma sencilla. Integra
un servicio tradicional en línea de indización y resumen, acceso con valor
añadido a más de 8400 sitios web, contactos con consultores de ingeniería,
conexión con un bibliotecario especializado, y acceso a otros recursos o
servicios de interés para ingenieros [13]. Existen muchos otros sistemas. De interés
son también experimentos como los de la University of Michigan, el cual
pretende crear un entorno en el cual se disponga en el ordenador de sobremesa
de una biblioteca personalizada edificada sobre colecciones de fuentes de
información mundiales (véasehttp://telemachus.engin.umich.edu/UMDL_UI/proto.mtml>
).
Sin embargo, siempre existirá un problema con el software, y
también con el hardware. Para los usuarios actuales, podría ser conveniente que
todos los sistemas fueran idénticos o como mínimo compatibles, y que también se
“congelasen” o evolucionasen todos de forma conjunta. No obstante, esto
impediría la competencia que estimula el progreso. En cualquier caso, parte del
problema radica en los sistemas de indización, no en el software. No existe
otra solución que la ya mencionada, a saber, el desarrollo de software que
supere las diferencias en todo cuanto afecta al usuario.
Existe otro problema: una red en su totalidad pude venirse
abajo, quizás durante varias horas en un momento dado, como sucedió con América
Online en dos ocasiones hace pocos meses. La capacidad de algunas líneas de
comunicación se estira hasta sus límites en los momentos en los que el tráfico
alcanza un máximo en su volumen. Algunas partes del mundo están aún peor
servidas con enlaces de comunicación de todo tipo. Es de esperar que de forma
gradual la instalación de cables de gran ancho de banda se universalizará, pero
siempre puede existir una carrera entre el incremento del tráfico y la
tecnología. Es interesante observar lo impacientes que nos han hecho los
ordenadores a todos nosotros: podemos aceptar satisfactoriamente la espera de
una o dos horas para entrar a un campo de fútbol, pero cuando nos sentamos en
el ordenador esperamos un servicio instantáneo, y si no es así nos quejamos
insistentemente.
Perspectivas de futuro y problemas para los usuarios.
Mencionaré una posibilidad como tal, posible pero al tiempo
muy remota. Consiste en imponer no solamente control sobre el Web sino también
dotarlo de estructura. Internet no ha estado nunca organizado, y en la
actualidad es tan global que resulta difícil imaginar quién podría organizarlo
de una manera similar a una biblioteca, con los materiales dispuestos en
bloques discretos.
El pago va a ser una de las cuestiones candentes, aunque
podríamos considerar que se trata no de uno, sino de varios problemas en uno.
En primer lugar, el precio a pagar debería ser controlado por el mercado, pero
el control sobre productos monopolísticos como las revistas científicas no será
mejor que en la actualidad a menos que los usuarios paguen por sus consultas y
no reclamen el costo a departamentos universitarios o similares. En segundo
lugar, los mecanismos de pago, especialmente los relacionados con la
satisfacción de los derechos de autor, pueden ser engorrosos y pesados. Sin
embargo, parece ser que hay cada vez más usuarios dispuestos a pagar. Un
estudio reciente de una agencia de investigación de mercados [14] sugería que un 25% de los usuarios actuales
de Internet estarían dispuestos a pagar por la información en línea, aunque por
contra otros estudios estiman la cifra en tan sólo 9%, y en cualquier caso el
estudio no distingue entre diferentes tipos de usuarios, ni considera qué
precio estarían dispuestos a pagar los clientes.
El tiempo –que también es dinero—será igualmente una pieza
clave. Incluso si los mecanismos de búsqueda mejoran, y aunque lo hagan también
los mecanismos de filtrado, gastaremos grandes cantidades de tiempo frente al
terminal, especialmente si todos nos vemos obligados a usar la Red una vez que
las posibilidades de usar el papel como alternativa sean cada vez más
reducidas.
Tanto el costo como el tiempo harán necesaria la existencia
continuada de algo muy similar a una biblioteca, que pueda controlar los costos
y responsabilizarse de los pagos, al tiempo que pueda ofrecer la selección y el
filtrado ausentes en el sistema.
Sin embargo, son posibles cambios más profundos. Creo que
los cambios que hemos visto hasta ahora son sólo el principio de una revolución
de las comunicaciones. Los debates sobre acceso generalmente han dado por
sentado que se accede a libros, revistas, informes, así como a las bases de
datos bibliográficas que los indizan. Pero si Internet se convierte en un medio
generalizado para hacer disponible la información, seguramente tendrá un mayor
impacto sobre la naturaleza de lo que se hace disponible y sobre cómo se
accede.
La naturaleza de los libros y revistas ha sido en gran parte
determinada por el formato físico y por el mercado. Una de las ventajas de las
revistas es que empaquetan de forma cómoda artículos en un campo más o menos
delimitado del conocimiento, de forma que los usuarios pueden razonablemente
asegurarse que cuando un nuevo número aparece contiene material que les
interesará. Otra es la ya mencionada garantía de calidad ofrecida por la
evaluación. En tercer lugar, y también en relación a la calidad, nos
encontramos que existe una competencia entre títulos y editores y por tanto las
fuerzas del mercado tienen voz y voto, si bien se trata de un mercado
imperfecto pues los usuarios, que son personas, no son generalmente los
compradores, que son bibliotecas. El reconocimiento que confiere la publicación
en una revista científica de prestigio, aunque sea un reconocimiento mínimo, es
suficiente para que los autores desestimen, en buena medida, la posibilidad de
colgar sus artículos en Internet como piezas individuales. Dicha alternativa ha
sido sugerida con frecuencia, principalmente como reacción a lo que los
investigadores y universitarios consideran su explotación por parte de los
grandes editores de revistas.
El cambio puede ir mucho más allá. La publicación de muchos
libros no es rentable por debajo de un determinado precio, y un cierto precio
significa una longitud mínima; en el otro extremo de la escala, artículos de
más de 20 páginas o menos de 5 no son aceptados por un buen número de revistas.
Si alguien quiere publicar algo de, digamos, 80 páginas, puede llegar a ser una
misión imposible.
Estas limitaciones se pueden superar si el material se
cuelga en Internet. No hay razones para condicionar la extensión de la
publicación, ya sea de una o de 80 páginas, o de cualquier otra extensión. Y no
solamente esto, sino que no hay ninguna necesidad de presentar conjuntamente
fragmentos de información que podrían igualmente ofrecerse por separado, como
piezas de una enciclopedia pero sin encuadernar en un mismo volumen. Los
escritos en el ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales requieren
con frecuencia el desarrollo de un argumento, apoyado por la acumulación de
evidencias, de esta forma el todo acaba siendo mayor que la suma de las partes.
Pero en ciencia y tecnología raramente se produce esta situación. Es por ello
que podríamos ver los libros y las revistas gradualmente suplantados por
fragmentos de información mucho más pequeños. Esto podría ser popular entre
científicos atareados, tanto en calidad de autores como de lectores. Los
problemas de indización, automática o manual, de un cuerpo de conocimiento
masivo de esta naturaleza serían horrorosos, como también lo serían los de
archivo; sin embargo problemas igualmente importantes no han impedido
desarrollos parecidos en el pasado. Así pues, el proceso ya ha comenzado:
algunas contribuciones a grupos de discusión en línea constituyen piezas
valiosas de información por si mismas.
La descomposición de los formatos establecidos y la
creciente falta de distinción entre los artículos eruditos y las aparentemente
insignificantes contribuciones hará la tarea de acceder a información relevante
mucho más dura que ahora. Como ya se ha hecho notar, el Web puede contener
cualquier cosa, desde una conversación trivial hasta el artículo científico más
elaborado. El problema será discernir qué es qué. La indización por materias, a
la cual se han dedicado mucha atención y pensamiento, realmente no ofrece una
respuesta. Lo que se necesita es una indicación de la naturaleza del documento
o de su audiencia (p. ej. popular, recreativa, educativa o científica), y si la
intención es que sea una publicación efímera o de mayor interés permanente.
Desgraciadamente, es imposible observar si esto está sucediendo; los intentos
de hacer algo similar con los libros convencionalmente publicados no han
llegado muy lejos e incluso si la tarea no fuese infinitamente inmensa para la
información electrónica nadie que no fuese el autor la podría realizar. Sin
embargo, debería ser posible marcar si un artículo científico ha sido vetado o
no, anotado con los nombres de aquellos que así lo hayan decidido. Si vamos a
sacrificar el sistema de comercial de publicación y de evaluación, los autores
deberían ser estimulados a vetarse entre ellos, con la certeza de que esto
añadiría credibilidad al material publicado. Si esto se pudiera hacer como
condición para el reconocimiento de los artículos electrónicos y que así
gozasen del mismo prestigio que los artículos publicados en revistas
científicas convencionales, todos saldríamos beneficiados. También sería de
mucha utilidad un sistema inteligente y semiautomático de notificación de
nuevos materiales de interés para el usuario: no sólo los últimos números de
las revistas que se desean ver, sino otros materiales. El sistema debiera
operar como un buen documentalista manejando un perfil de DSI, pecando por
exceso en cuanto a la cobertura de forma que fuera el usuario quien finalmente
realizase la selección final. Reconozco las dificultades que presenta diseñar
un sistema de esta naturaleza que funcione, pero no creo que esté fuera de la
capacidad de los expertos el producirlo. Me gustaría también disponer de un
sistema por el cual pudiera formular una consulta en mis propias palabras y que
realizase por si mismo la búsqueda para mi. Una de las virtudes de los
ordenadores es la capacidad de personalizar los servicios de información; esta
capacidad se tendría que explotar. Semejantes mejoras no acabarían con los profesionales
especialistas de la información, sino que les permitirían aumentar su
efectividad.
Información electrónica “tangible”.
Prácticamente todo lo que he dicho hace referencia a lo que
he denominado información electrónica “no-tangible” --acceso en línea. Los
formatos “tangibles” como el CD-ROM y su sucesores presentan relativamente
pocos problemas al margen de los derivados de la lectura en pantalla.
Generalmente no se utilizan a menos que sepamos más o menos qué es lo que
contienen, por tanto no se presentan las dificultades de descubrir tesoros
enterrados. Son ideales para algunas cosas, como bases de datos retrospectivas
o enciclopedias, y aún lo serán más gracias a la mayor capacidad de los DVDs
(Sony ha desarrollado un DVD con una capacidad de 12 gigabytes) que evitarán la
fragmentación de grandes bases de datos en dos o más discos.
No existen problemas para acceder a discos tangibles, ni el
acceso implica costos adicionales para los usuarios, ya que la adquisición o la
licencia de utilización la soportan fundamentalmente bibliotecas y no tanto los
individuos. Pueden integrar tanto acceso a datos bibliográficos como a texto
completo. En este sentido, podría ser muy útil disponer discos de texto
completo con selecciones de revistas científicas fundamentales en ciertas
áreas, y que fueran mucho más limitadas y selectivas que las presentadas en
ADONIS. Uno de los problemas que presentan los discos compactos es que utilizan
programas de consulta muy variados. La actualización de la información también
implica dificultades aunque en este terreno son más eficaces que los libros
impresos. Quizás el mayor problema a largo plazo para los compradores
individuales puede ser la obsolescencia de soportes y de lectores y el costo
que representa reemplazarlos: no hace tanto que utilizamos el CD-ROM, y es
difícil pensar que a su vez el DVD no sea reemplazado por algo mejor y con más
capacidad.
Las ventas en CD-ROM de muchas bases de datos han caído poco
a poco desde el punto álgido alcanzado hace pocos años a causa del incremento
en el acceso a bases de datos en línea; será interesante si el DVD puede
revitalizar el mercado. Caso de ser así, será a costa del acceso en línea y no
tanto del mercado de material impreso. Preveo un limitado pero importante papel
para los soportes electrónicos “tangibles” en el futuro, quizás como depósitos
de semi-archivo del material más antiguo que puede ser guardado localmente.
Buena parte del material que se digitalice encontrará probablemente en los
discos tangibles los vehículos de almacenamiento adecuados.
Conclusión.
He sugerido que Internet probablemente cambiará totalmente
la manera de suministrar y de usar la información. En buena medida el cambio
será positivo. Por ejemplo, es bien conocido que el conocimiento registrado en
documentos significa tan sólo una pequeña parte de la información que la gente
recibe, ya sean científicos o usuarios corrientes. Buena parte de la
información proviene de otras personas. Hasta ahora ha sido recibida en
persona, por correo postal y teléfono, y más recientemente por fax. La
comunicación personal cara a cara no se verá afectada, pero las otras
modalidades están siendo parcialmente reemplazadas por el correo electrónico y
los grupos de discusión, que utilizan el mismo medio de comunicación que el
utilizado para obtener información más formal, tanto estructurada como no,
desde cualquier lugar del mundo. Esto significa que los usuarios pueden
utilizar un mismo medio para la mayor parte de sus comunicaciones y que además
las diversas formas de comunicación se están fusionando en una sola. Las
implicaciones de estas tendencias, que parecen inevitables, serán profundas. He
intentado sugerir algunas de ellas; pero estoy seguro que habrá otras.
He indicado también que junto a los efectos positivos de la
información electrónica habrá algunos que pueden dañar o destruir algunas
buenas características de nuestro sistema convencional. Podemos mantener los
dos sistemas en funcionamiento, utilizando cada uno de ellos para hacer aquello
que mejor resuelven, y así tener lo mejor de los dos mundos?
Se ha de partir de la base que el Web dispone de una ventaja
intrínseca, pues no está sujeto a los mismos principios de mercado que la
edición convencional. Esto es cierto fundamentalmente para la información que
se puede poner en Internet sin costos para el suministrador, sin embargo los
principios del mercado se seguirán aplicando a las revistas que son preparadas
por editores convencionales y simplemente transferidas a Internet, puesto que
continuarán existiendo costos de producción que habrá que recuperar. Creo haber
dejado clara mi creencia en las ventajas significativas de las revistas
científicas convencionales, pero, pueden sobrevivir, especialmente si de hecho
están compitiendo con las versiones en línea de las mismas revistas? Puedo ver
también las ventajas de las piezas de información “descompuestas”, pero no para
todas las disciplinas ni para todos los tipos de materiales. Las respuestas
dependerán parcialmente de los factores económicos, que necesariamente no favorecen
a Internet, parcialmente del comportamiento de la gente, y parcialmente de las
presiones que se puedan ejercer --pero sobre quién?
En todo caso, es importante que mejoremos nuestro
conocimiento sobre cómo la gente usa las diferentes formas de información,
tanto las convencionalmente publicadas como la información electrónica. No
conocemos suficientemente los procesos hojeado sistemático ni el valor de la
localización de información por azar y por tanto no sabemos si se han de
replicar ni cómo en el mundo de la información electrónica.
Necesitamos también especificar exactamente lo que deseamos
de un sistema electrónico. Han existido en el pasado muchos casos de gente
inteligente diseñando sistemas que sólo pueden ser usados en plenitud por gente
muy inteligente, y que por tanto presentan numerosas imperfecciones como mínimo
en lo que afecta al común de los mortales. En la última década aproximadamente
las cosas han mejorado, y los sistemas se explican ya en mayor medida por si
mismos. Pero existe aún un largo camino por recorrer. A la vista de las
diferencias entre los diversos usuarios, no existe un sólo sistema que pueda
ser ideal para todos; es por esta misma razón que los sistemas han de ser
adaptables a los comportamientos y a las necesidades individuales. Sentimos
hablar de ricos en información y pobres en información, y hay peligros reales
de que la brecha que los divide se haga más grande. Pero existen también los
que están entrenados en el manejo de la información y los que no lo están, los
cibérfilos y los cibérfobos, y necesitamos estar seguros que esta división
también es superada a medida que el uso de Internet comienza a convertirse en
una parte tan vital para las vidas de mucha gente en los países desarrollados
como hoy lo son el teléfono y los periódicos.